En 1952, los biólogos estadounidenses Norton Zinder y Joshua Lederberg, de la Universidad de Wisconsin, realizaron un descubrimiento importante al poner de manifiesto el fenómeno de la transducción, es decir, que los genes de una bacteria pueden ser traspasados a otra bacteria por medio de un fago, gracias a la integración de una región específica del ADN de la bacteria en el genoma del virus, normalmente reemplazando algunos genes víricos. Otros investigadores descubrieron, más tarde, que los fagos podían integrar sus genes dentro de los de la bacteria huésped y así, podían ser transmitidos de generación en generación como parte del propio cromosoma del huésped.
Los bacteriófagos han servido para estudiar muchos conceptos básicos en virología que luego se aplicaron a virus de organismos superiores. En la década de 1960, las investigaciones pioneras de los sistemas huésped-parásito en los fagos fueron dirigidas por los fisiólogos estadounidenses Max Delbrück, Alfred Hershey y Salvador Luria, gracias a las cuales compartieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1969. En 1980, estas investigaciones permitieron conocer el modo de penetración de los fagos en el interior de las bacterias, así como la existencia de recombinación genética entre virus o el fenómeno de restricción-modificación de las células bacterianas para hacer frente a la infección. En general, supusieron un apoyo importante a la hipótesis de que el ADN constituía el material genético de los seres vivos.
Los bacteriófagos se emplean actualmente como vectores de clonación en el campo de la ingeniería genética y su estudio tiene implicaciones importantes
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